Y me preguntó que por qué creía
en el cielo. Yo no podía continuar siendo Corazóndepiedra ante esa pregunta,
respiré, desarmada. Me tomé unos segundos,
levanté la cabeza y clavé mis ojos en él, me sentía dentro suyo, y
cabíamos bien. Volví a fijar mi mirada al suelo, y contesté.
- No sé si conoces lo que es
perder, lo que es que te arrebaten una parte de tu ser, que te dejen el corazón
tiritando - me recorrió el mismo escalofrío de siempre-. Creo en el cielo
porque no puedo creer que porque su corazón no funcione, el resto de una
persona, de ellas, desaparezca. No puedo aceptar que la vida viene y cuando
llega a un punto le da el testimonio a la muerte, y ésta corre su relevo, llevándoselo
todo consigo. Puedes pensar que es una manera estúpida de no aceptar que cuando
el corazón dejó de bombear sangre, ella desapareció; pero yo creo que ellas viven
mucho más allá que sólo en mi, que pueden ver lo que yo veo, que me cuidan -me encontraba como tantas otras veces
acariciándome sola las manos-, no sé, siempre creí que las mejores personas,
cuando se iban, se convertían en estrellas, y por eso creo en el cielo, que las
deja marchar durante el día para que caminen a mi lado, y que cuando anochece
las arropa como ellas hacen conmigo.
Me miró perplejo, estaba
convencida de que le había asustado, de que si pudiese huiría. Continuamos
callados, mirándonos, hasta que levantó la cabeza clavando los ojos en la
noche, no me había dado ni cuenta de que se nos había hecho tan tarde hablando.
Por un momento sentí que podía ver el cielo tal y como yo se lo había
explicado, que podía ver mi cielo.
Y así pasamos minutos observando,
suena estúpido pero ni un sólo segundo se me hizo pesado, sino que cada uno me
daba más paz. Sabía que no le había asustado, que le había dado un trocito de
mí para que viese a través de mis ojos, y cuanto más tiempo pasaba más sentía
que mi perspectiva le gustaba.
Fue entonces cuando dejó de ser
mi mano izquierda la que acariciaba a mi derecha, y empezaron a ser las suyas.
Sus dedos dibujaban en las palmas de mis manos poesía, y yo no podía sentirme más liberada.
Era incapaz de moverme, de dejar de mirar a las estrellas, y jugármela a que
sus manos frenasen al cruzar nuestras miradas porque notase que yo ya estaba
enamorada.
+A la luz de las estrellas
pareces más tuya.
Le miré, ya daba igual que me
descubriera, puede que ni siquiera se diese cuenta. Pero a la mierda. Y qué,
que lo hiciera,
porque ante esa frase yo no tenía otra
respuesta.
Y tirité, como sólo tirito cuando
estoy nerviosa, y me sonrió -como luego descubrí que sólo sabe sonreírme a mí,
con una comisura levemente más alta que la otra y con los ojos pintados de
esperanza. Cesó por un momento el movimiento de sus dedos sobre mis manos, y
las agarró, con la seguridad de que en ese momento no éramos infinitos pero
estábamos bien, y me atrajo hacia él. No pude evitar cerrar los ojos cuando me
colocó el pelo detrás de la oreja.
Ahora sonreíamos los dos, y
cuando le besé, estoy convencida de que sonrieron las estrellas.