A veces,
desde este frente,
escribo cartas sin remitente
fingiendo que ya no sigo en guerra
-conmigo.
Y no te hablo de otros cuerpos
sino del mío,
y te hablo del amor
y no del frío.
En esta tregua
entre mi infierno y mis caderas
se ha hecho diana de mi ombligo
y me encuentro buscando entre mis dedos
restos de los tuyos.
Y me descubro
bajando las armas,
y mis palabras,
liberando a los presos,
y a mis fantasmas.
Quitándome el peso del pecho
del cuello la guadaña,
de sus fusiles las balas,
y alzando en alto la bandera blanca.