Ele abrió los ojos por
primera vez hace 23 años. Al ritmo de sus parpadeos se acompasaron los
corazones de dos estrellas, y su llanto fue declarado himno del dolor. Ese día
ella cambió el mundo, dejando abierta la puerta a la luz y al amor. Ele iba a hacer tres años cuando abrió
su corazón para acunar el de Ese. Le mostró con sus manos como se construía la
felicidad, y empezó ella el camino vigilando siempre que Ese nunca se quedase demasiado atrás. La realidad superaba esta vez
cualquier expectativa, y era más placentero vivir que soñar. Pero lo que
parecía eterno resultó ser terrenalmente efímero, y no tardó mucho en llegar el
tsunami. Ele y Ese se calaron hasta los huesos, eran dos corazones inundados. Los
lacrimales de Ese eran un poema, y Ele, al entenderlo, respiró la fuerza del cielo entero y le dio la mano.
Vivir se convirtió en algo precioso sabiendo que tras cada tropiezo la otra ya la
estaba esperando con los brazos abiertos para recuperar el vuelo. Cuando reían
juntas parecía que volvían a nacer las flores, y el mundo era el patio de su recreo. No pasó mucho tiempo cuando Ele comenzó a visualizar un horizonte claro
que alcanzaría seguro, mientras que Ese
la admiraba preguntándose cuánto tardaría en verla comerse el mundo. Donde una veía blanco la otra sólo
veía negro, pero aprendieron a apreciar el gris. Una era orden, la otra caos; Ele tan claramente incansable, Ese tan notablemente rebelde. Ele tan capaz de brillar en la más
absoluta oscuridad, Ese tan motivada
a conocerlo todo. Ele siendo siempre
el mejor abrigo con tal de que Ese no
conociese lo que era realmente el frío. Crecieron,
y Ele empezó a ver en Ese los ojos del Sol. Crecieron, y Ese reconoció en los ojos de Ele la esencia de la Luna. Cuando el
Sol no tenía fuerzas para dar la cara siempre aparecía la Luna, con la promesa
tras de sí de una nueva oportunidad, de un nuevo día.
Hace sólo 23 años que Ele bendijo al mundo con su vida, y
ahora sigue siendo esa niña que siempre se entregaba en cuerpo y alma por lo
que lo merecía, la que camina con paso firme y hace de las calles su terreno,
la que hace que Ese no abandone nunca
el juego. Sigue siendo la misma mujer que te hace preguntarte cómo le cabe tanto
dentro, la que hace lo que siente y no le acobarda el miedo. El opuesto de Ese y su mayor apoyo, la que le regaló
la frase de su puño escrita "eran como la luna y el sol, no podían estar
juntas pero siempre iba una detrás de la otra" encerrando en palabras el
secreto de sus vidas.