No sé si le sangra el alma o le queman los ojos, pero si abres el armario aún se la oye gritando, encadenada. El volumen de sus pensamientos me ha reventado los oídos, cuando se pregunta por la noche si nadie escucha la señal de auxilio. Perdí la cuenta de cuántas veces se ató esa "cordura" al cuello y tiró sin piedad, dejándose libre en el instante en que se dio cuenta de que existe aunque nadie la vaya a rescatar. Pero ella tiene esperanza, porque sino nosotros estaríamos perdidos, y se levanta recién ahorcada casi muerta, para exponerse tal como vino al mundo, desnuda y sin vergüenza, libre y con razón, a ver si alguien la recuerda. Con la necesidad en los huesos de que el telediario la afirme y no la interrogue; con la necesidad en las manos de que abra el periódico y no se anuncien más funerales a deshora, de que las esquelas no lleven otro remitente que el de la edad.
Pero otro día más, inconscientemente, se clava las uñas en la piel cuando tratan de justificar que una bomba se cobró esas vidas porque dos días atrás el actual opresor era el oprimido; y busca el modo de enterrar su cabeza entre las cenizas que hacen de ella cuando leen la carta de un niño que no podía seguir viviendo así, que no quería ni ir al colegio. Y siente como se muere cuando la realidad de tanta gente que sufre tras una valla o a las puertas de un país queda tan lejos de las pesadillas de ese uno por ciento del mundo que tiene tanto como el noventa y nueve restante. Y se le acaba la respiración cuando acaban las noticias y no han llegado si quiera a mencionar las barbaridades de algunos lugares del mundo donde está a la orden del día la sangre y nadie sabe lo que es la libertad.
Ella nació soñando que un día no existiesen las noticias de las tres ni las de las nueve, porque por fin alguien se le había declarado diciendo: "joder, Justicia, qué bonita eres; pienso andarte hasta que alcance la igualdad. Y de este principio pienso crear mi precipicio. Dime, Justicia, ¿dónde habías estado?". Y ella le contaría la historia de cómo un día los hombres le dieron la espalda para no ver, para no creer, para no saber lo que realmente era doler.