martes, 31 de marzo de 2020

Hijas

Me imagino tres mujeres bailando, desde arriba, una vista de pájaro. Generan círculos en los cuales una de ellas, la misma, acaba siendo siempre, de una forma u otra, el epicentro. Como si ella fuese el motor de todo lo que ocurre, la protagonista. O el punto rojo de la diana, sin saberlo. 
Las tres mujeres visten de blanco, vaporosas. Conceden libertad a sus bailes, parece que fuesen hijas del viento. No lo sé. No lo sabemos. Al igual que desconocemos si es éste mismo el que ayuda a mover su pelo o es únicamente el resultado de sus movimientos. Pero hay algo de verdad clara que encontramos en ese parecer. Puede resultar obvio que no del viento, pero las tres son hijas. 
Quizá de su pasado. Quizá de sus madres. Quizá de sus ideales. Quizá sean hijas de sus miedos. Quizá sean hijas de ese mismo movimiento. Pero hijas.
Las tres. En este mismo momento.
Supongo que mientras las observo sigo parpadeando, aunque no tengo la sensación de haberme perdido siquiera cincuenta milésimas de segundo de lo que está pasando. Es como si empezasen a tatuarse en mis pupilas y las dejase todo el iris de margen para seguir jugando. 
¿Acaso existe un mundo aparte de ese fondo rojo en el que bailan sin cansarse? 
Mis párpados amenazan con no volver a cerrarse nunca. Y menos ahora que acecha en mi la duda de si hay algo que me estoy perdiendo. 
Y es cierto. 
Cada movimiento que hacen sobre sí mismas, como si fuesen bailarinas encerradas por gusto en una caja de música, acaba en un suave contacto con la punta de los dedos buscando siempre otras manos. Podría deducirse que las de las otras.
¿Será por eso que el movimiento no cesa?
¿Que se sujetan?
Abandono todas mis fuerzas en ese pensamiento. Me imagino que he perdido completamente la noción del tiempo.
Pero entonces la imagen pierde todo su equilibrio cuando el centro de ésta se desvanece bajo los pies de la protagonista. Y abandona toda clase de movimientos armónicos a cambio de una mirada desesperada. Se halla de rodillas. 
No sabría decir si suplicante. No me atrevería a considerarla rendida.
Sus manos podrían traducirse, en un principio, como una señal de auxilio. ¿Pide ayuda?
No.
Juraría que sus manos hacen ligeros movimientos de despedida. A ambas mujeres, que la miran. A ambas mujeres que ahora se sienten presas de su baile, ya no saben en torno a qué giran. Las imagino perdidas.
Todo lo que observo parece un lienzo. Noto que parpadeo y parece que afecta a la imagen como si hubiese sido un fundido negro que hubiese barrido a la protagonista. 
¿Ahora de quién es hija? Porque sigue siendo hija, ¿no? Quizá madre, y también amante. Quizá algún escéptico se negaría a calificarla de cualquier otra cosa que no fuese simplemente “bailarina”. 
Siento que estoy en un sueño porque la imagen, ahora surrealista, abandona todo tipo de equilibrio o norma impuesta antes de que yo estuviese. ¿Quizá nunca hubiese habido normas, tampoco antes?
Noto que el caos no sólo es a mi a quien genera angustia. Las manos de las otras dos bailarinas, que siguen de pie disimulando el ligero temblor de sus rodillas, no saben qué buscan.
Hasta que entonces, existe ese preciso momento.
Las otras dos bailarinas se miran. Juraría que hasta se reconocen. 
Sus manos han vuelto a encontrar un punto de mira.