lunes, 17 de diciembre de 2018

De pájaros y otras vidas

Se asoma a mi ventana un cuervo sin alas que a veces se dedica a hacerme cosquillas en los pies con las plumas que le quedan.

Otros días aparece un colibrí que utiliza mis pupilas de ventana y no lo ve todo tan negro como yo y tiñe los miedos de esperanzas.

A veces una mano acaricia mi espalda y convierte mi piel en carretera, en arrecife, en camino, en kilómetros a la deriva. Y me da la paz que esta jaula me quita.

Sin darme cuenta a veces soy yo un pájaro que se asoma a su risa, que se para en el momento exacto de la carcajada y la deja grabada para poder rebobinar, para hacer posible darle al play.

De todos modos siempre vuelvo para convertirme en camaleón, con la habilidad rota, con los colores apagados y reducidos a una escala de grises que rompe el amarillo de la risa o el rojo de una flor.

Y a veces solo soy pies para hundirlos en la arena, para ser parte de la playa, para que me acaricie el mar sin querer. Para ser parte del vacío de manera inevitable.

Pero hoy soy polvo, que no ceniza, del que recoge lo que fuiste y lo acumula. Del que se queda atrapado en una esquina y desde ahí observa cómo la vida gira. Como se mece su falda como una cuna, como si bailara el sonido del viento, como si nunca más estuviese donde ya ha estado. Como si no fuese posible mirar atrás. Como si todo hubiese acabado.