Seguí buscando, tristemente, el retrato de mi cuerpo en algún poema; la nostalgia de mis labios cada vez que relamías los tuyos; que notases mi ausencia cuando faltaba mi pelo enredado entre tus manos. Pero no encontré nada.
Temí que tu cama te resultase más cómoda sin mí, que no me pensases en la parte subida de tono de esa guerra; que en la oscuridad no buscases mi silueta. Lo fácil que te hubiese sido tenerla...
Te imaginaba buscando una buena excusa para hablarme, sin saber que querer hacerlo era suficiente. Y mientras tanto yo te hacía preguntas absurdas. No te molestaste si quiera en responderlas.
Prefería moratones que me recordasen dónde habían estado paseando tus manos que esta ausencia de calor, que este estúpido cielo despejado, quería llover y me seguía secando.
Me consoló reconocerme en el espejo, a la vez que notaba en mis ojeras el cansancio, en mis comisuras tus antiguos pecados; en mi desnudez, la libertad de aquel fracaso.