domingo, 22 de febrero de 2015

El lastre de tu risa.

"Sastre de sonrisas"- Rayden 
Me gustaría haber sido tu "sastre de sonrisas", pero no fui más que el lastre que siempre pesaba a tu risa. Era el anzuelo que sin quererlo tenía de cebo a tu corazón, la mano que lanzaba el dardo mientras miraba a otro lado y daba de lleno en el blanco de tu mente, en blanco tras no saber qué pensar, tras no querer hacerlo. Comenzamos a bajarnos las pulsaciones de nuestras risas, a impedir que aumentasen bajo tus camisas. Me permitiste ser la sastre de tu vida, pero yo no supe más que pincharme con cada aguja; ejercer de enfermera curándote con saliva cada herida. Pero yo, yo que soy arquitecta de catástrofes y diseñadora de tempestades, no puedo más que sonreír a las adversidades.

sábado, 14 de febrero de 2015

14 de febrero.

He leído tus cartas el catorce de febrero, porque siento que hoy tengo la excusa perfecta para ello sin sentirme tan loca o tan masocamente gilipollas. Y es que a veces te eché tanto de menos que no tuve ganas de amar a nadie, sino de volver a amarte a ti; otras simplemente te echo de menos. Pero luego se me pasa y vuelvo a creer que el amor puede ser otra cosa. A veces creo que eras el único capaz de moldear las palabras para que tuviesen la forma del vacío de mi corazón. Eras el calor en cualquier estación del año, y de tren, cualquier camino que tuviese que recorrer. Eras la calma que aliviaba todas mis tormentas, un impulso cuando me sentía lejos de tocar el cielo y el ancla que me recordaba que bajo mis pies, aunque todo temblase, siempre había tierra firme. Eras como un puzzle de mil piezas y yo me sentía esa puta única pieza que faltaba, y que encajaba a la perfección, a la altura de tu pecho, rodeada por tus brazos en todos mis puntos cardinales. No sé, hasta cuando fuiste un capullo me hiciste sentir mariposa. A saber cómo lo hacías, pero bueno, hay cosas que es mejor no conocer.

martes, 10 de febrero de 2015

La tensión de dos miradas es un cristal intacto.

Se rascó la herida, demasiado fuerte y durante demasiado tiempo, hasta que sangró. No había señal ninguna de dolor en el rostro, hasta que la sangre no dejó de salir levemente a lo largo de dos minutos; no fue hasta ese momento cuando mostró dolor. Una lágrima que huyó estrepitosamente, con nombre de mujer, rodando por su mejilla, con tan mal final que acabó en sus labios. Esa fue suficiente señal para que en apenas segundos se repitiese el mismo procedimiento, distintas lágrimas, un mismo nombre. La herida podría escocer, pero a él lo único que le escocía era el alma; el hecho de que ella le apartaba la mano de la manera menos cariñosa del mundo cada vez que se rascaba las heridas, recordar que ella no dejaba que sangrase más de dos segundos porque ya la tapaba con cualquier pañuelo o servilleta, llegó a intentar parar su sangre con su suéter una vez.
Él levantó la cabeza y vio como un niño le miraba con ojos curiosos, no sabía leer en su mirada si lo que destacaba era la curiosidad o el notable desagrado que su sangre le producía, pero no la apartaba, todo lo contrario, la mantenía mientras él le miraba. Creía que ya nadie sabía aguantar la tensión que produce mirarte con alguien durante más de cinco segundos, y es que no sabía en qué momento entre que nacemos y llegamos a la edad del pavo perdemos ese don. Pero curiosamente ella lo tenía, y si al mirarse dos personas hubiese un cristal sujeto por esa tensión ellos no lo habrían roto hasta el último día.
Es curioso como, después de tanto tiempo tratando de evitar que sangrase, ella le causó la peor herida que él había tenido, y, ésa, no derrama ni una gota.

martes, 3 de febrero de 2015

Por ti.

Creo que tus manos estaban arrugadas
porque tu corazón ya tenía demasiadas estrías.
Que tus ojos se nublaron 
por todas las tormentas contra las que luchaste
y las pocas gotas que dejaste que cayesen 
para los mares que podrías haber llenado.
Creo que echabas de menos
como nadie jamás lo ha hecho,
y que yo lo hago ahora
más que nadie.
Creo que tu sonrisa
me daba esperanza
y que tus palabras 
eran el camino que se abría bajo mis pies.
Creo que tu corazón debía estar desbordado;
cómo alguien podía entregarse tanto
a pesar de haber sufrido más,
y sé que no te gustaría que dijese esas cosas subidas de tono
a las que tus oídos 
a veces 
no se acostumbraban.
Creo que si mi vida tuviese que oler a algo
escogería que oliese a ti,
a tu casa,
a tu ropa,
a tu vida,
porque no habría nada mejor para olerme a mi.
Recuerdo verte tan guapa
tan arreglada,
y sentir que la sonrisa de la foto del armario
no era la misma que me regalabas a mí,
no me costó descubrir que me querías a morir,
y que me repitieses que darías un brazo si hiciese falta por mi,
que querías verme feliz,
que se me pondrían malos los ojitos de llorar.
Por favor,
ven,
y vuelve a decirme eso,
porque ya no encuentro motivos para no derramarme más.
Por favor,
vuelve, 
y reza conmigo,
porque es el único modo de sentir 
que mis plegarias son escuchadas 
por Él, 
para cuidarla a ella.
Por favor,
vuelve y déjame decirte lo guapa que volvías cada viernes de la peluquería,
lo bonitas que ella te dejaba las uñas,
lo guapa que estabas con esos vestidos,
con tus faldas.
Por favor,
regresa,
sé que aún no le he cogido gusto al vino,
pero debe ser porque no he tomado un barbadillo contigo,
que no lo he pedido en el bar de la esquina
y he recordado su nombre para alegría de tus oídos,
placer el mío que sería de probarlo contigo.
Enséñame a bailar otra vez en la entrada de casa,
que nunca me quedé con los pasos,
quiero aprender a hacer ganchillo 
si mis profesoras son tus manos.
Vuelve,
prometo escribirte cada día en la pizarra, 
recordarte lo que te quiero, 
y llamarte cada vez que me vaya.
Que algún día llevaré las llaves 
tan bien colgadas como tú,
llámame por equivocación
cuando querías llamarlos,
pero mientras vuelve
y deja que te coloque la silla sobre la hierba 
a la sombra,
sí, 
que sé que el sol no te sienta bien, 
y déjame sentarme a tu lado,
y repíteme todo
lo que cien mil veces me has contado.