lunes, 7 de febrero de 2022

pum

Yo antes escribía
Y hablaba de ti y de mi, de mi y de él, de ella y de un nosotrxs, de vosotrxs.
A veces de ellxs
Ya no sé quiénes son, o qué huella han dejado. Cuándo se han ido. Quizá es que no han dado un portazo. Quizá no han cerrado, pero creo que no pretenden volver, solo dejar la puerta abierta para que a mí me llegue la corriente, aunque quizá no quieran que pase frío

domingo, 13 de junio de 2021

más reflejos

Y en mi mente me he vuelto a mirar en ese espejo. Donde mis ojos quedan a la altura a la que hoy se encuentra mi pecho, y vive atrincherado el rocío. 

Todavía noto que resuenan las preguntas para las que aún no tengo respuesta, con los pies inalterablemente fríos, con la voluntad inquebrantablemente tensa. 

Me acaricio el pelo en un reflejo dormido, lleno mis mejillas de muestras de cariño por si en algún momento se le ocurre a ese yo, tan frágil, tan pequeño, flaquear

Que aquí estoy yo. "Pero no estás"

Y me faltan otras manos que besar cuando ya he besado todas las mejillas. Y me falta una caricia que recibir cuando ya todos visten esta despedida de 'ojalás'

martes, 31 de marzo de 2020

Hijas

Me imagino tres mujeres bailando, desde arriba, una vista de pájaro. Generan círculos en los cuales una de ellas, la misma, acaba siendo siempre, de una forma u otra, el epicentro. Como si ella fuese el motor de todo lo que ocurre, la protagonista. O el punto rojo de la diana, sin saberlo. 
Las tres mujeres visten de blanco, vaporosas. Conceden libertad a sus bailes, parece que fuesen hijas del viento. No lo sé. No lo sabemos. Al igual que desconocemos si es éste mismo el que ayuda a mover su pelo o es únicamente el resultado de sus movimientos. Pero hay algo de verdad clara que encontramos en ese parecer. Puede resultar obvio que no del viento, pero las tres son hijas. 
Quizá de su pasado. Quizá de sus madres. Quizá de sus ideales. Quizá sean hijas de sus miedos. Quizá sean hijas de ese mismo movimiento. Pero hijas.
Las tres. En este mismo momento.
Supongo que mientras las observo sigo parpadeando, aunque no tengo la sensación de haberme perdido siquiera cincuenta milésimas de segundo de lo que está pasando. Es como si empezasen a tatuarse en mis pupilas y las dejase todo el iris de margen para seguir jugando. 
¿Acaso existe un mundo aparte de ese fondo rojo en el que bailan sin cansarse? 
Mis párpados amenazan con no volver a cerrarse nunca. Y menos ahora que acecha en mi la duda de si hay algo que me estoy perdiendo. 
Y es cierto. 
Cada movimiento que hacen sobre sí mismas, como si fuesen bailarinas encerradas por gusto en una caja de música, acaba en un suave contacto con la punta de los dedos buscando siempre otras manos. Podría deducirse que las de las otras.
¿Será por eso que el movimiento no cesa?
¿Que se sujetan?
Abandono todas mis fuerzas en ese pensamiento. Me imagino que he perdido completamente la noción del tiempo.
Pero entonces la imagen pierde todo su equilibrio cuando el centro de ésta se desvanece bajo los pies de la protagonista. Y abandona toda clase de movimientos armónicos a cambio de una mirada desesperada. Se halla de rodillas. 
No sabría decir si suplicante. No me atrevería a considerarla rendida.
Sus manos podrían traducirse, en un principio, como una señal de auxilio. ¿Pide ayuda?
No.
Juraría que sus manos hacen ligeros movimientos de despedida. A ambas mujeres, que la miran. A ambas mujeres que ahora se sienten presas de su baile, ya no saben en torno a qué giran. Las imagino perdidas.
Todo lo que observo parece un lienzo. Noto que parpadeo y parece que afecta a la imagen como si hubiese sido un fundido negro que hubiese barrido a la protagonista. 
¿Ahora de quién es hija? Porque sigue siendo hija, ¿no? Quizá madre, y también amante. Quizá algún escéptico se negaría a calificarla de cualquier otra cosa que no fuese simplemente “bailarina”. 
Siento que estoy en un sueño porque la imagen, ahora surrealista, abandona todo tipo de equilibrio o norma impuesta antes de que yo estuviese. ¿Quizá nunca hubiese habido normas, tampoco antes?
Noto que el caos no sólo es a mi a quien genera angustia. Las manos de las otras dos bailarinas, que siguen de pie disimulando el ligero temblor de sus rodillas, no saben qué buscan.
Hasta que entonces, existe ese preciso momento.
Las otras dos bailarinas se miran. Juraría que hasta se reconocen. 
Sus manos han vuelto a encontrar un punto de mira.

lunes, 14 de octubre de 2019

El lenguaje de las manos

“Ay, Ceci, la del número tres no hace más que poner tulipanes cada vez más rojos en sus maceteros. Chsss. Que no es que yo sea una metomentodo pero es que, lejos de ser capaz de admirar su color, mi vista no puede más que centrarse en el terrible contraste que crea con las calles de este pueblo. Cada vez más gris, más apagado, con ese matiz de nostalgia en cada esquina.
Ya sabes, con lo que nos comentan las de las noticias del cambio climático ese, lo que es la lluvia ya ni la vemos. Por no crecer, ya no crece ni el musgo entre los adoquines. Ya ni siquiera se llena de charcos la plaza, así que los niños ya no van a jugar al lado de la fuente, a salpicarse.
Pero bueno, a decir verdad, tampoco es que queden muchos más niños en este pueblo que a nosotros nos vio crecer. Ahora los únicos llantos que se oyen llevan tantas penas como años a la espalda, y las risas son tesoros escasos por aquí.
Ay, ¿tú te acuerdas de la vuelta a casa por la noche de los días de cine de verano? Sí, sí. Cuando cogíamos el camino menos iluminado para llenar de amor la calle y ponerla por testigo de nuestra alegría. Hoy te confieso que siempre me pareció que el hecho de que la calle Compromiso no tuviese farolas estaba planteado por el destino para que nosotros allí empezásemos a asumir el nuestro.
Te acuerdas, ¿no? No éramos en absoluto conscientes de que íbamos a enlazar mucho más que nuestros dedos a partir de aquella tarde en la que te guiñé un ojo con tan poco disimulo que jamás supe si llegaste a devolverme la sonrisa por eso o por el ataque de risa que me entró acto seguido. Cómo de indecoroso hubiese calificado mi padre ese comportamiento de haberlo sabido, pero nosotros nunca quisimos cómplices en la historia que nos escribimos, así que tampoco lo supo.
Anda, calla, déjame continuar que sé que si pudieses ya estarías haciéndome hablar de banalidades otra vez. Porque lo tuyo -que pasó a ser nuestro- nunca fueron las palabras, aunque sí los gestos. Pero hoy no puedo.
Nosotros tuvimos ese código tan personal, tan nuestro, de hablar a través de las manos. Como la primera vez que, después de esa carcajada, noté la tuya en mi espalda. O el día en el campo en el que recorriste mis palmas otorgándole un sentido cara al futuro a todas las líneas de mi mano. Hoy, si te digo la verdad, están camufladas entre las arrugas, y juego en mi soledad a atribuir una historia nueva a cada una.
Te prometo que aún sigo sintiéndome incapaz de imaginar un lenguaje más bonito.
Como cuando caminabas de la mano de los niños cruzando únicamente su meñique con el tuyo. O cuando, vestida de blanco, cambiaste de mi mano derecha el anillo al anular de la izquierda donde sigue descansando ahora mismo.
Ay, mi vida. Si cierro los ojos te juro que mi mano podría recrear tu contorno a la perfección, posando al final mi pulgar sobre tu labio inferior.
No puedo evitar reírme al imaginar tu cara, Ceci, mientras te digo esto, y sé que estarías tan colorado que parecería que hemos vuelto a pasar el día rebozados en la arena y expuestos al sol. Sí, justo como aquellos veranos en Guardamar, amor.
Ya freno, que cierro los ojos y veo nítidamente los tuyos llenos de preguntas. Qué me pasa. Que por qué hoy. Que por qué así.
Ya sabes que siempre elijo el camino más largo. Pero los años me pesan y creo que ésta es la última visita que voy a poder hacerte, en esta vida al menos. Mi cuerpo ya no tira igual, y tocar esta piedra fría que lleva grabado tu nombre como si fuese uno más me cuesta más trabajo del que años atrás imaginaría.
Perdóname, vida mía. Pero cuando me tiemblan las manos ya nunca las tranquilizan las tuyas. ¿Te acuerdas de lo que te calmaba a ti las noches en esa habitación fría que durmiese cerquita tuya, con tu mano izquierda entre las mías?
Sé que me ves desde algún lugar, Ceci, arrancando aquí, como una tonta, los pétalos uno a uno de todas las flores que te dejo. Pero cuando vuelva a verte nos esperará una cama llena de ellas donde acariciarte el pelo y besarte los párpados.
Perdóname otra vez.
Ya sabes que nos vemos pronto, vida mía.”

*Rompiendo los pétalos rojos con el gris del cementerio acarició una última vez su nombre con las manos frías*

martes, 3 de septiembre de 2019

Saudade

Ahora,
con esta resaca,
teñida de nostalgia al mismo tiempo,
del sol,
del calor

De su luz

De su calor

Sólo me queda decirte que vale,
que lo intentes,
que si quieres te regalo septiembre.

martes, 4 de junio de 2019

No estoy aquí

Esta historia me suena. Ya la conozco. Miras mis labios mientras fumo, cómo exhalo el humo, y te preguntas cuando será tu turno, mientras yo me siento la protagonista de aquel libro que leí hace unos años pensando en que me estoy quitando otros siete minutos. Me miras como intentando desenfocar lo que ocurre a nuestro alrededor. Hacerme saber que estás conmigo.
Y la que no está aquí soy yo.

Esperas que responda a tus halagos con sonrisas, que me ruborice cuando encuentras una excusa para acariciarme. Que me ría como acto reflejo a tu risa.
Y deberías odiarme, porque en el momento en el que te vas a dar por vencido te doy pie a que sigas. ¿Tu último viaje? Y me hablas de tu vida.

viernes, 17 de mayo de 2019

Tan tú

Hablabas de la pena como el que hizo de la nostalgia fuego y se dejó quemar. De la pérdida como única costumbre del humano y de las letras como único modo de salvarlo.

Hablabas del amor como antídoto al veneno intrínseco que tiene la sangre humana,  de la posibilidad de que sean hermanas una mano derecha que ahoga y una izquierda cuando ama.

Hablabas de sus ojos como si te permitiesen acariciar el horizonte, de sus manos como si no hubiese otras capaces de repartir el pan y no te hacía falta decir que su pecho fue el lugar donde dejaste de conocer el hambre.

Hablabas de las calles de tu pueblo como si las andases por enésima vez, de tu barrio donde ves a niños que yo no veo correr y de los recuerdos como si hubieses despertado una y otra vez en un eterno ayer.

Hablabas de la muerte cuando se te nublaba la mirada y de la vida como único objetivo. Del querer como presagio, de la distancia como camino.

Hablabas,  y vives, con las ganas del que quiere comerse el mundo.

viernes, 15 de marzo de 2019

Las noches ya no son para los artistas

Que empezamos
con el frío en la calle
en los huesos
en los pies,

que se contradecía
con el calor de las manos
de la cama
de tu piel.

Y los besos en atocha
en el ascensor
en los bares
-que tu nombre no está escrito únicamente en la pared de ese garito-.

Que seguimos con las risas
con las ganas
con las manos entrelazadas.

Que tu culo me recuerda a algo griego
y no sé si fue follar o hacer el amor
pero esa noche nos sobraba España.
De visita rápida por Egipto,
cenamos en un indio
y acabamos siendo actores japoneses en una peli americana.

Que cuando nace la duda
pienso en tu mano cubriendo mi cadera,
en tu risa cuando duermes,
en la línea verde,
en Silvia de la estrella.

Que es fácil cerrar los ojos
y pensarte en mi sur
con los tuyos bien abiertos.

Tu mirada de antes del beso,

la de no querer mirarme,

la de no parar de hacerlo.

Que has sabido verme.
Reconocerme entre el caos
y las ruinas,
pero esta noche ya no me miras.

martes, 15 de enero de 2019

Del amor y otras guerras

A veces,
desde este frente,
escribo cartas sin remitente
fingiendo que ya no sigo en guerra
-conmigo.

Y no te hablo de otros cuerpos
sino del mío,
y te hablo del amor
y no del frío.

En esta tregua
entre mi infierno y mis caderas
se ha hecho diana de mi ombligo
y me encuentro buscando entre mis dedos
restos de los tuyos.

Y me descubro
bajando las armas,
y mis palabras,
liberando a los presos,
y a mis fantasmas.

Quitándome el peso del pecho
del cuello la guadaña,
de sus fusiles las balas,
y alzando en alto la bandera blanca.

miércoles, 9 de enero de 2019

Como si me pidiesen volar sin alas
vivir sin ser
creer sin dios
hablar sin saber.

Como si me pidiesen leer jeroglíficos
atrapar el nombre del viento
sentir lo que no siento
reír sin querer-lo.

Como si me pidiesen un baile
y yo sólo tuviese dos pies izquierdos
brillar sin luz
cantar sin voz
robarle la magia.

Como si me pidiesen esconder las alas
llenar de flores sus inviernos
abrir buzones sin cartas
escribir de lo feliz.

Como si me pidiesen olvidar lo no vivido
ladrar a un gato
que dejase de correr el mentiroso
desamar lo prometido.

Como si me pidiesen que no me pidiese más
abandonar la idea de otra realidad
silenciar la mitad de lo que digo
no hacer caso a lo que escribo.