jueves, 11 de diciembre de 2014

Sólo una mentira.


Notaba que llevaba mirándome más de tres minutos seguidos, que parece poco, pero es que no agachó su cabeza en ni uno solo de los asaltos de miradas que no duraron más de diez segundos. Y perdí todos yo.

No sé si es que ese día iba especialmente malpeinada o que había optado por fijarse en mí al no darse cuenta de que a su lado llevaba ya unas cuantas paradas una chica con minifalda.
Sabía que me estaba poniendo roja, y no por los perversos versos que leía; sino porque su mirada le hacía parecer hombre lobo a la vez que me recordaba al niño que compite emocionado.
Núñez de Balboa.
Todo el mundo se baja en Núñez de Balboa.
Y disimuladamente miro como agarra su abrigo, en parte no me apetece que se vaya.
Pero se levanta.


... tan solo para moverse a mi lado aprovechando el hueco libre que acababa de dejar otro hombre (no sólo en el metro).
Noto su respiración al leer los mismos perversos versos que yo leo.
Y con todo el descaro que había visto jamás dejó salir a su voz de la cueva, diciéndome que necesitaba conocer el final.
Giré la página.
La leyó satisfecho.
Y me preguntó que cuál seria el nuestro,
que si tenia sueños;
para atropelladamente cortarse comentando, como quien habla con toda la naturalidad del mundo, que sentía comenzar así, y cambió su pregunta a si era feliz.
Le miré como miran las personas atractivas - no creo que lo consiguiese- cuando iba a preguntar que si eso era más normal pero mis cuerdas vocales no fueron capaces de tocar otra nota que no fuese un rotundo y claro 'no' cargado de franqueza y con el miedo sorprendentemente ausente.
Estudié la comisura de sus labios tres o cuatro segundos para volver a fijar mi mirada en la suya,
tratando de intimidarle.
Y le devolví la pregunta.
Ahora el peso estaba en su lado de la balanza,
aunque no sé en que momento comenzamos a compartir una.
Noté como dos segundos antes de contestarme miró mis labios y ahí, como estrellado, contestó que por lo cansada que notaba mi sonrisa debía ser que más que yo, al menos, sí.
(No sé por qué esperaba una respuesta más sencilla de quien en apenas dos paradas de metro había sido un huracán en una ciudad tranquila.)
Creo que le sonreí con las pestañas, y fue como dar paso a que continuase la obra para que, sin que la voz le temblase, me confesase que desde que me había visto sonreír al leer la que él contaba como tercera página creyó que era verdad eso de que a la tercera va la vencida,  y que,
simplemente,
quería comprobar si de verdad era tan bonita o era que se le había nublado la vida un momento.
No hizo falta que acabase la frase para que ya le estuviese dedicando mi sonrisa más sincera.
Y llamadlo impulso o no se qué pero me hicieron falta sólo tres paradas más para ver que esos perversos versos se habían transformado en unos perversos versos pre-beso. O por lo menos recé por ello un segundo y lo mejor que sabía.
Me gustaba ese modo de empezar el día: "hoy he besado a un desconocido en el metro".



Pasaron siete paradas,
otros dos días alternativos,
y no sé cuantos minutos para que empezase a traer consecuencias:
(y es que no existirá el amor a primera vista, pero la atracción a primer verso si.)
Y así  fue como el resultado fueron:
veintiún noches de poesía
y otras tantas de fusión; 
que provocaron
setenta y tres poemas,
demasiada ilusión,
estúpidas creencias en el amor,
noventa y ocho sueños



y una Única mentira.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado pero me ha dejado pilladísimo... O_o Una única mentira? Entonces acabó ahí no? Osea que no se volvieron a ver.

    ResponderEliminar