lunes, 8 de diciembre de 2014

Tan sólo quedo yo.

Aprovechaste que tenía el corazón patas arriba para violar todas y cada una de mis sonrisas,
fui el lobo de un cuento sin caperucita, o al menos intentaste que fuese así.
Fui la idiota que quería ver lo que no vio,
y se dejó el alma en aguantar la irritante realidad.
Creí que encontrarme contigo
era el único modo de no perderme,
hasta que descubrí que vivía acomodada en el laberinto.
Fingí ser valiente,
hasta que me miré en el espejo,
y me di cuenta de que no servía de nada engañar a nadie
- de todos modos la única que se lo creía era yo-.
Supe que esa noche te amaría,
con los ojos inundados,
pero no quise que fueses la víctima de mi tsunami,
hacerte ser el náufrago.
Me dí cuenta de que las manos que rompen
ya no saben encajar las piezas,
y menos hacerme funcionar.
Que ya nadie me sacará a bailar
al compás de las estrellas.
No trataremos de hacernos cualquier cosa,
que no sea daño;
ni veremos repetidamente la misma película trágica
deseando que cambie el final.

Y no lo haremos,
porque no cambiaremos ningún final
si jamás supimos arreglar el nuestro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario