lunes, 14 de octubre de 2019

El lenguaje de las manos

“Ay, Ceci, la del número tres no hace más que poner tulipanes cada vez más rojos en sus maceteros. Chsss. Que no es que yo sea una metomentodo pero es que, lejos de ser capaz de admirar su color, mi vista no puede más que centrarse en el terrible contraste que crea con las calles de este pueblo. Cada vez más gris, más apagado, con ese matiz de nostalgia en cada esquina.
Ya sabes, con lo que nos comentan las de las noticias del cambio climático ese, lo que es la lluvia ya ni la vemos. Por no crecer, ya no crece ni el musgo entre los adoquines. Ya ni siquiera se llena de charcos la plaza, así que los niños ya no van a jugar al lado de la fuente, a salpicarse.
Pero bueno, a decir verdad, tampoco es que queden muchos más niños en este pueblo que a nosotros nos vio crecer. Ahora los únicos llantos que se oyen llevan tantas penas como años a la espalda, y las risas son tesoros escasos por aquí.
Ay, ¿tú te acuerdas de la vuelta a casa por la noche de los días de cine de verano? Sí, sí. Cuando cogíamos el camino menos iluminado para llenar de amor la calle y ponerla por testigo de nuestra alegría. Hoy te confieso que siempre me pareció que el hecho de que la calle Compromiso no tuviese farolas estaba planteado por el destino para que nosotros allí empezásemos a asumir el nuestro.
Te acuerdas, ¿no? No éramos en absoluto conscientes de que íbamos a enlazar mucho más que nuestros dedos a partir de aquella tarde en la que te guiñé un ojo con tan poco disimulo que jamás supe si llegaste a devolverme la sonrisa por eso o por el ataque de risa que me entró acto seguido. Cómo de indecoroso hubiese calificado mi padre ese comportamiento de haberlo sabido, pero nosotros nunca quisimos cómplices en la historia que nos escribimos, así que tampoco lo supo.
Anda, calla, déjame continuar que sé que si pudieses ya estarías haciéndome hablar de banalidades otra vez. Porque lo tuyo -que pasó a ser nuestro- nunca fueron las palabras, aunque sí los gestos. Pero hoy no puedo.
Nosotros tuvimos ese código tan personal, tan nuestro, de hablar a través de las manos. Como la primera vez que, después de esa carcajada, noté la tuya en mi espalda. O el día en el campo en el que recorriste mis palmas otorgándole un sentido cara al futuro a todas las líneas de mi mano. Hoy, si te digo la verdad, están camufladas entre las arrugas, y juego en mi soledad a atribuir una historia nueva a cada una.
Te prometo que aún sigo sintiéndome incapaz de imaginar un lenguaje más bonito.
Como cuando caminabas de la mano de los niños cruzando únicamente su meñique con el tuyo. O cuando, vestida de blanco, cambiaste de mi mano derecha el anillo al anular de la izquierda donde sigue descansando ahora mismo.
Ay, mi vida. Si cierro los ojos te juro que mi mano podría recrear tu contorno a la perfección, posando al final mi pulgar sobre tu labio inferior.
No puedo evitar reírme al imaginar tu cara, Ceci, mientras te digo esto, y sé que estarías tan colorado que parecería que hemos vuelto a pasar el día rebozados en la arena y expuestos al sol. Sí, justo como aquellos veranos en Guardamar, amor.
Ya freno, que cierro los ojos y veo nítidamente los tuyos llenos de preguntas. Qué me pasa. Que por qué hoy. Que por qué así.
Ya sabes que siempre elijo el camino más largo. Pero los años me pesan y creo que ésta es la última visita que voy a poder hacerte, en esta vida al menos. Mi cuerpo ya no tira igual, y tocar esta piedra fría que lleva grabado tu nombre como si fuese uno más me cuesta más trabajo del que años atrás imaginaría.
Perdóname, vida mía. Pero cuando me tiemblan las manos ya nunca las tranquilizan las tuyas. ¿Te acuerdas de lo que te calmaba a ti las noches en esa habitación fría que durmiese cerquita tuya, con tu mano izquierda entre las mías?
Sé que me ves desde algún lugar, Ceci, arrancando aquí, como una tonta, los pétalos uno a uno de todas las flores que te dejo. Pero cuando vuelva a verte nos esperará una cama llena de ellas donde acariciarte el pelo y besarte los párpados.
Perdóname otra vez.
Ya sabes que nos vemos pronto, vida mía.”

*Rompiendo los pétalos rojos con el gris del cementerio acarició una última vez su nombre con las manos frías*

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