sábado, 14 de febrero de 2015

14 de febrero.

He leído tus cartas el catorce de febrero, porque siento que hoy tengo la excusa perfecta para ello sin sentirme tan loca o tan masocamente gilipollas. Y es que a veces te eché tanto de menos que no tuve ganas de amar a nadie, sino de volver a amarte a ti; otras simplemente te echo de menos. Pero luego se me pasa y vuelvo a creer que el amor puede ser otra cosa. A veces creo que eras el único capaz de moldear las palabras para que tuviesen la forma del vacío de mi corazón. Eras el calor en cualquier estación del año, y de tren, cualquier camino que tuviese que recorrer. Eras la calma que aliviaba todas mis tormentas, un impulso cuando me sentía lejos de tocar el cielo y el ancla que me recordaba que bajo mis pies, aunque todo temblase, siempre había tierra firme. Eras como un puzzle de mil piezas y yo me sentía esa puta única pieza que faltaba, y que encajaba a la perfección, a la altura de tu pecho, rodeada por tus brazos en todos mis puntos cardinales. No sé, hasta cuando fuiste un capullo me hiciste sentir mariposa. A saber cómo lo hacías, pero bueno, hay cosas que es mejor no conocer.

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