Me resulta tan deprimente que lo malo de esta vida sea lo
que me inspire, que lo triste sea lo que ponga mi mente en marcha, pero no para
mejorarlo, eso si que es deprimente, que no escriba para poner solución al
dolor, sino para que estas palabras eviten las lágrimas, que ese agua salada
que huye de una mirada esta vez son estas palabras, las que calman mi alma, las
que me limpian hasta salvar que se atisbe la más mínima seña de dolor en mi
cara. Que hay recuerdos que arañan el corazón hasta asesinarnos, hasta
preguntarnos si estamos muertos, si estamos que ya no vivimos o si es que
vivimos muriendo. Y es que hay veces que nos preguntamos por qué no estamos muertos
en vez de arreglar este remolino que unos conocen como vida, lo que unos ven
como ‘un día más’ mientras otros piensan en ‘un día menos’. Y sé que debería
ver cada día como una nueva oportunidad para
mejorarla, o al menos una para
empezar a vivir de verdad, pero dime quién ve eso cuando suena el despertador
cada día a las siete y cuarenta y ocho de la mañana, y ahí sólo querría aplicar
la frases de Sharif ‘hoy me quedo en la cama que fuera la vida duele’, pero no,
me pierdo en ese día, entre las sonrisas de gente dolida y entre las caras de
sueño de todos aquellos que preferirían despertarse otro día, entre las
no-preocupaciones de la gente que vive de la alegría, por en medio de gente
a la que importé un día.
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