Y puede ser
que ya no queden razones
para que este corazón
quiera mantenerse a flote.
Y también puede ser
que no queden suficientes primaveras
contra éste
como para que brote de él
algo
que consiga romper su muro.
Y es que hay cosas para las que uno
nunca es lo suficientemente mayor;
como para despedirme
de tu beso de buenas noches,
porque sino
sé
que mis versos
se tornarán oscuros
y vomitarán pesadillas.
Pesadillas que me recuerdan
quién soy,
quien me habita.
Y contra eso, sólo,
he de admitir que soy puntual,
por lo general,
para todo
menos para los asuntos del corazón.
Que nunca cumplo el envío de mis deudas,
no sé arreglar el tiempo
para que funcione el reloj del olvido;
pero siempre llegué pronto
para tatuar mis besos en tu ombligo.
No puedo negar
que me desnudo mejor con palabras,
que quitándome la ropa;
que cada vez que no entiendo algo
lo denomino abstracto.
Odio todo aquello que oculta la verdad,
pero soy la primera hipócrita
que cuando llueve
saca sus máscaras a pasear.
Que fantaseo con el amor
aún queriéndolo lejos,
con esperar en una estación
y que en el desorden
de dos personas perdidas
en un andén
se encuentre una luz de esperanza.
Que estos son los versos
sobre unos besos que enmudecen,
que empiezo pisando fuerte
para acabar besándote suave.
Y si supieras como grita mi interior
preferirías mantenerte lejos,
al refugio de que explote,
al refugio
de que el amor vuelva a cruzarse,
y nos manche.
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