martes, 3 de mayo de 2016

A veces intento hacer cosas bonitas; otras, escribo

Hoy he sonreído a un niño en el metro. Iba él, pequeñito, entre tres adultos que deberían asemejarse más a gigantes que a flores, con los ojos tan abiertos como el que lleva el corazón listo para amar. Y así, él, automáticamente iba mirando una a una todas las caras del metro, sin prisa pero sin pausa, miraba una a una a una velocidad moderada, sin frenar un segundo. Cuando ha sido mi turno le he sonreído, y cuando ya iba a llegar a la siguiente cara ha frenado, se ha sorprendido. Me ha mirado atónito. Cualquiera diría que nunca había visto una sonrisa en el metro, pero después de recapacitar caí en la cuenta de que yo tampoco. 

Nadie le sonríe en el metro. 

Nadie te sonríe en el metro. 

Nadie me sonríe en el metro.

Y así sigo, dándole vueltas al hecho de que no sé qué me duele más, que él se haya sorprendido por una sonrisa, o que el momento que ahora me aterra sea el único en hoy en que verdaderamente he sonreído.

No hay comentarios:

Publicar un comentario