Cuando me hablaron de igualdad
me escondieron que utopía era su sombra,
que siempre se agazapaba detrás.
Cuando me hablaron de igualdad,
no me contaron que sus manos llevarían las migas
y que a mí me sobraría el pan.
Cuando me enseñaron lo que era la libertad
me dijeron que podría pensar lo que quisiera
que podría amar a mi manera.
Y así crecí,
y me di cuenta que era como ellos quisieran
que mi manera tenía como límite su ceguera,
que el ancho de mi cartera
sería proporcional a los pecados que se me iban a perdonar.
Aquella vez que me dijeron lo que era la libertad
no me dijeron que la mía tendría minúsculas barreras
en comparación con vuestras fronteras,
que no llevan mi nombre.
Cuando me dijeron lo que era la justicia
escribieron en letra pequeña que todo iría bien
cuando la balanza estuviese a nuestro favor.
Cuando me enseñaron lo que era la justicia
comprendí que ésta estaba más cerca de su funeral
que de volver a brillar.
Cuando quise a la Justicia
fue cuando vi miles de corazones caminando de la mano
por una causa que no era la suya, pero era motivo de desdicha.
Cuando me enseñaron a compartir
me dijeron que debía tender mi mano,
que debía abrir los ojos al mundo que habíamos estropeado,
pero que uno sólo no conseguiría un cambio.
Y luego aprendí que mi mano chocaría con sus mandos,
que tratarían de mantener mis ojos tapados,
pero que yo iba a ser parte de ese cambio.
Cuando dejaron de hablarme de ideales mancillados,
de sueños desgastados,
entendí que mi corazón estaba al otro lado.
Que cada frontera en pie
obliga a otra parte más del mundo a vivir arrodillado,
que cada frontera en pie
condenaba al otro lado todo lo que había soñado.
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